Un buen día todo empezó a tambalearse. Mi colega V de Veleti se mudó a una casa en el norte de la capital y yo, de naturaleza cobarde y poco decidida, tuve que tomar una determinación estratégica sin precedentes. Sigue leyendo
Por The Folding Chazman
“Cities are never random. No matter how chaotic they might seem, everything about them grows out of a need to solve a problem. In fact, a city is nothing more than a solution to a problem, that in turn creates more problems that need more solutions, until towers rise, roads widen, bridges are built, and millions of people are caught up in a mad race to feed the problem-solving, problem-creating frenzy”
Sí, ahora resulta que vivo en Madrid. Ya no estoy en Sanchinarro. Operación Madrid completada, un movimiento tan sagaz como incomprensible, tan ridículo como apasionante. Mi vida, mi existencia, una continua y permanente contradicción en la que yo, cual mero espectador, jamás tomo una sola decisión.
Porque veréis: yo era un tipo de Madrid-Madriz, de Tetuán que dirían en Madrileños por el mundo, hasta que un buen día decidí mudarme a pastos más verdes e independientes en las afueras de Madrid. Un momento, un momento ¿he dicho decidí? Bueno, más bien la vida, la familia y demás fuerzas concéntricas decidieron por mí.
Y sí, Sanchinarro parecía un buen lugar: la casa era espaciosa y tenía luz. Así que, con la tierna edad de 30 años me despedí de mis padres (yo de ellos, mi padre levantó la vista del periódico y gruñó, mi madre me dedicó un escueto “que te vaya bien” mientras hablaba con una amiga por teléfono) y aparqué en una de las dos plazas, dos, que tenía asignadas para mí en mi nueva morada del extrarradio.
Y allí he pasado más de cinco años. Durante ese tiempo he sido feliz, he estado cómodo, cerca de amigos, cerca de la naturaleza y, desde hace un tiempo, cerca de mi nueva oficina en Tres Cantos. Hasta ahí todo bien. Como nota adicional, he hecho muy felices a multitud de mujeres que caían atrapadas, como moscas en una tela de araña, a mi magnetismo animal, a mi atractivo innato y, porque no decirlo ya, a unas gotas de Barón Dandy.
Sin embargo, un buen día, todo empezó a tambalearse. Mi vecindario, ya de por si lleno de niños, se llenó aún más de niños. Mis amigos, con niños y todo, se mudaron a Madrid. Mi colega V de Veleti se mudó a una casa en el norte de la capital y yo, de naturaleza cobarde y poco decidida, tuve que tomar una determinación estratégica sin precedentes.
Así pues, cada vez que iba a Slowroom le comentaba a J que la Operación Madrid iba de la mano de la operación bici urbana, que ya estaba bien eso de ser un cliente destacado de un establecimiento ciclista boutique de prestigio y no tener una bici en condiciones. Bueno sí, de montaña, pero esa no es la filosofía.
Pensando y preguntando llegué a la conclusión de que lo mejor que podía adquirir para mis nuevas necesidades urbanas era una Brompton, pero claro, seguía viviendo en Sanchinarro. No era el momento y parecía que ese momento, como otra liga del Atleti (Oh wait!) nunca llegaría…
Un buen día, estando yo en la oficina escribiendo correos infinitos que nada tienen que ver con mi trabajo real, recibí una llamada. Era mi novia, que me instaba a ver una casa que me encajaba perfectamente, o algo así. Unas horas después, sin comerlo ni beberlo, había encontrado al parecer la casa en la que viviría en menos de un mes. Todo eso si me aceptaban la oferta final, como resultó ser finalmente.
Sí, era Madrid, sí, al ladito del Retiro. Parecía buena zona mientras degustaba una cerveza y un pincho de regalo en uno de los 5 restaurantes asturianos que se ubican a escasos 100 metros de mi nueva casa. Madrid… Madrid… Madrid…
Ya era oficial: operación Madrid culminada, operación Brompton en marcha. Hablé con J, ya con las llaves de mi nuevo piso abultando mi pantalón y tras algunas tiranteces en cuanto al color y demás opciones nos decantamos por lo básico clásico: negra, pero con el sillín amarillo flúor para diferenciarla un poco del resto. La denominamos la Brompton Runner, dada mi afición paralela al noble arte del running-postureo.
Además, dado que ahora vivo al lado del Retiro mi postureo es máximo, cuando voy a correr produzco una mezcla de lástima y rechazo, no sabría definirlo bien: bueno sí, por qué no usar uno de los términos favoritos de J: ASCOPENA, es bastante acertado…
Así que, sin dinero pero también sin vergüenza, la pedí un lunes y la recogí un miércoles. La metí con cuidado en mi coche y me fui a casa. Moría de ganas por estrenarla pero era tarde, hacía calor y era muy de noche. La coloqué en la entrada y me cité con ella para el día siguiente.
@achacel